La escuela psicológica de Freud, nos habla de cómo el niño se cree el único que sufre las urgencias, ansiedades, fijaciones y pulsiones que experimenta en su pequeño cuerpo, que apenas está descubriendo el mundo y las sensaciones. Por ello se considera que, si hubiera un diálogo más abierto con los pequeños impúberes, ellos advertirían que comparten sus urgencias con toda la raza humana y muchas de las pulsiones que los marcan y los afligen -a veces durante toda su vida- desaparecerían o dejarían de ser nocivas, al saber que se trata de algo muy común para todos sus congéneres.
Ocurre igual, cuando sabemos que todos los hombres experimentan gran inquietud por su naturaleza interior, por su realización como personas y por esa dimensión espiritual de la que poco hablamos, pero que definitivamente es la más importante porque finalmente se constituye en nuestro “verdadero YO”.
La psicología como ciencia asume que un ser humano normal, sano y con las adecuadas capacidades intelectuales, físicas y mentales maneja una motivación intrínseca, es decir que lo impele a buscar su satisfacción o la condición de placer que lo aleje del sufrimiento y lo lleve a su propio modelo de bienestar.
Por otra parte, la motivación extrínseca se refiere a la que se recibe de afuera, ya sea de las personas que nos rodean o los factores del entorno, en tanto se convierten en refuerzos o factores motivantes para nuestra vida personal.
Está claro que un individuo que crece con una adecuada autoestima o en el que la estructura de personalidad evoluciona sanamente, la motivación no está supeditada a factores extrínsecos o externos, sino que empieza por determinar algunos factores emocionales que llevan al individuo a buscar su propio mejoramiento, en la medida en que aprende y crece como ser humano.
Todos compartimos esa necesidad de ser felices
y sentirnos plenos.
Partiendo de esta base, asumimos que todas las personas queremos y tenemos la capacidad de estar bien y lograr lo que queremos.
Sin embargo, observamos que es más común encontrarnos con que a las personas se les dificulta llegar al ideal de su propia realización y que la felicidad se vuelve una meta no fácil de alcanzar para la mayoría.
Esta necesidad se vuelve más distante para unos que para otros y es precisamente por la forma que tenemos de ver la vida. Quizá incluso porque ese verdadero “YO” que cada uno ostentamos, se ha desdibujado tanto que casi ni lo percibimos o lo dejamos a merced de las percepciones o esquemas de vida de otras personas.
Es triste anotar a este respecto, que en la mayoría de los casos este “verdadero YO”, está velado o cegado por ideologías y doctrinas que se predican en las iglesias, en los partidos políticos, en los grupos sociales organizados, en los colegios y hasta en nuestras casas…
Nos encontramos “encajonados” en principios errados y esquemas mentales muy arraigados en nuestro intelecto, que nos impiden meditar y sopesar con madurez, alejados del apasionamiento de las emociones, acerca del verdadero objeto de nuestra existencia; acerca del papel que estamos cumpliendo en el universo; acerca del roll correcto para el que fuimos creados…. y terminamos adoptando un roll que nos ha sido impuesto ya sea por el medio, nuestro entorno socio-familiar o la religión…
Tomado del Libro «TU ERES LO QUE QUIERES SER» de Yuri Elías Camacho