Desde principios del siglo pasado (1920), el científico alemán Alfred Adler (médico, terapeuta y psiquiatra) propuso teorías revolucionarias que se oponían a las propuestas de Sigmund Freud, sobre todo en lo tocante a la posición de Freud que la sexualidad era un motivador de la conducta, mientras que para Adler era simplemente una expresión de la personalidad y propuso su llamada filosofía adleriana, se empezaron a proponer algunos conceptos que contradecían muchos otros que estaban establecidos hasta ese momento.
Según Adler los niños luchan con sentimientos de inferioridad (inseguridad ante el mundo adulto), compensándolos con unas metas de superioridad que eventualmente pueden ser positivas (construcción) o negativas (dominio sobre otros). En este artículo queremos referirnos a uno de sus conceptos centrales que llamó INTERES SOCIAL, que se refiere a la atención que le damos a la relación que tenemos con nuestro entorno inmediato, nuestros congéneres y semejantes. Es tener en cuenta a la sociedad como un todo y no a los individuos de forma aislada, lo que permite darle la dirección adecuada a las metas de superioridad, fomentando aspectos como la cooperación.
El interés social es ese sentido comunitario que debe mover al ser humano, incluso en la filosofía adleriana se le considera un parámetro de salud mental, puesto que no solo debemos ocuparnos egoístamente de nosotros mismos, sino tener en cuenta al resto de la humanidad y eso nos permite adaptarnos, convivir y ser felices. La humanidad para progresar y desarrollarse necesita la cooperación y aunque estos sentimientos son innatos y nacen con los individuos, no se desarrollan a menos que se ejerciten mediante la educación y esta responsabilidad no es solo de la escuela sino también del hogar. De allí que solo los niños que han sido estimulados en este sentido por sus padres y su entorno educativo desarrollan adecuadamente este sentido solidario, de consideración al otro y de respeto por todo y por todos.
Este sentido en el ser humano lo lleva a preocuparse por la lucha hacia la construcción de una comunidad ideal, basada en la igualdad y la empatía y si nos tomamos el trabajo de desglosar las dimensiones donde se aplica este valor, podríamos mencionar los siguientes:
Dios. Como principio de todas las cosas, valor supremo y el inspirador de los más altos estándares en la vida, el fomentar una adecuada relación e imagen de Dios procura al niño un centro en su vida que lo proyecta hacia el bien estar de sí mismo y de todo y todos los que le rodean. Entender que estamos sujetos a unas reglas del juego que están inscritas en el mismo universo nos llevan a actuar de forma más consciente y considerada con todo.
El Hogar. La búsqueda de una sana convivencia en nuestro espacio familiar donde se honren los valores y el respeto sea el centro, erradicando conductas como el machismo, la discriminación de género, el maltrato físico o psicológico y el abuso intrafamiliar. Definitivamente es el hogar donde necesitamos tener ese espacio de amor y cooperación que nos haga más fuertes y felices.